miércoles, 22 de octubre de 2008

EL DON DEL CUENTACUENTOS. Parte I: Aplicando el cuento

A veces nuestro inconsciente nos juega buenas pasadas. Por eso debió surgir de mi cabecita loca contarle a Cris hace dos días esta anécdota que me ocurrió hace cinco meses. Antes de empezar esta historia os recuerdo que como yo misma suelo decir soy, y desde la cuna de mi propio hermano y primos, una cuenta cuentos por excelencia.
Hace cinco meses estaba en una sala de espera de mi oficina del Inem pensando que de una vez por todas tenia la documentación total y correcta para la prestación. Estaba yo a lo mío revisando los papeles que acababan de darme en el juzgado cuando me fije en una señora de unos 55 años que miraba perpleja y nerviosa la cantidad de papeleo que manejaba yo frente a su modesto certificado de empresa. Yo la sonreí, ella me devolvió la sonrisa se relajo y confeso que temía que la mandaran para casa porque faltaba algo. Le pregunte sobre el tipo de despido me conto que había llegado a un acuerdo con la empresa y por fin la tranquilice diciéndole que en ese caso no se preocupase que su documentación era suficiente. Ella volvía a mirar hacia a la mía y le resumí mi historia quitando las partes mas desagradables. – Yo no pude hacer ningún tipo de acuerdo porque fue un despido improcedente, no puedo traer el certificado de empresa porque la empresa ni me lo quiso dar les demande y aquí necesitaban el certificado de la sentencia para solucionar mi prestación.- Y le seguí sonriendo, que queréis que os diga yo estaba contenta muy contenta y positiva. Acababa de ganar el juicio las cosas empezaban a marchar y parecía que la pesadilla acababa y por fin podía permitirme el lujo de derrochar optimismo a trompicones. Lo que no contaba era con que aquella desconocida acabara de pasar por un caso de mooving y que por el hecho de no haberlo denunciado me lo contase esperando una bronca de mi parte o que yo la juzgaría. Me dijo que había trabajado durante mas de 20 años para una empresa que luego para ahorrarse un despido muy caro empezó a putearla de distintas maneras para que ella se fuese por su propio pie, me conto como paso miedo, como creyó mejor rendirse, como sus compañeras de trabajo se compadecían de ella y como ella que ayudo a levantar aquello se sentía como una inútil a la que toda la vida que tenia planeada y todo el futuro profesional se había venido abajo. Me hablo de la incomunicación que sentía hacia su marido y hacia el resto del mundo porque creía que nadie comprendía su dolor.
Lo primero -le dije- Que debes entender es que no te hicieron eso como algo personal hacia ti, se trata simplemente de dinero. Es normal que creas que ellos no entienden tu dolor, porque tu dolor es tuyo solo tu lo comprendes y lo sentiste por eso tampoco los culpes porque no te entiendan en cuanto a los que te dicen que debiste comportarte de manera distinta. De acuerdo yo he denunciado y no me arrepiento pero te entiendo a ti que quisiste privar a tu familia del infierno y de los líos judiciales por los que pasarías tu. Nadie eres tu y por lo tanto perdónales si ellos no lo comprenden pero tampoco por la misma razón permitas que juzguen.-
Yo pretendía animarla pero de repente aquella mujer que cuando se sentó a mi lado, se veía tan serena y equilibrada parecía echarse a llorar de un momento a otro. Empezó a contarme lo sola, débil y desconfiada que se sentía a veces y lo grande y fuerte que se levantaba otros días. Yo solo quería que no llorase por mi que pretendiendo animarla había resquebrajado su heridilla y por ella que no merecía pasar esa vergüenza en un sitio publico. Asi que le dije- Te voy a contar un cuento, este es de Jorge Bucay, no me gusta Jorge Bucay pero creo que a ti te vendrá bien hoy.

Este es el cuento; Yo a ella se lo resumí a mi estilo y con mis propias palabras pero a falta de tiempo y por sobra de pereza os lo copio y pego de internet...


Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano. Era un buen rey. Pero el monarca tenía un problema: era un rey con dos personalidades. Había días en que se levantaba exultante, eufórico, feliz. Ya desde la mañana, esos días aparecían como maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos. Sus sirvientes, por algún extraño fenómeno, eran amables y eficientes esas mañanas. En el desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos. Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz y por el bienestar de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a todos los pedidos de sus súbditos y amigos. Sin embargo, había también otros días. Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir un rato más. Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado. Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba aun más que las lluvias. La comida estaba tibia y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le aumentaba su dolor de cabeza. Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraidos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba opositores. Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba contra su pueblo y su palabra más usada era NO. Consciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino a una reunión. —Señores –les dijo— todos ustedes saben acerca de mis variaciones de ánimo. Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos. Pero el que más padece soy yo mismo, que cada día estoy deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las cosas de otra manera. Necesito de ustedes, señores, que trabajéis juntos para conseguir el remedio, sea brebaje o conjuro que me impida ser tan absurdamente optimista como para no ver los hechos y tan ridículamente pesimista como para oprimir y dañar a los que quiero. Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el problema del rey. Sin embargo todas las alquimias, todos los hechizos y todas las hierbas no consiguieron encontrar la respuesta al asunto planteado. Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso.
Esa noche el rey lloró.
A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia. Era un misterioso hombre de tez oscura y raída túnica que alguna vez había sido blanca. —Majestad –dijo el hombre con una reverencia—, del lugar de donde vengo se habla de tus males y de tu dolor. He venido a traerte el remedio. Y bajando la cabeza, acercó al rey una cajita de cuero. El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de la caja. Lo único que había era un anillo plateado. —Gracias –dijo el rey entusiasmado— ¿es un anillo mágico?
—Por cierto lo es –respondió el viajero—, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo...Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción que tiene el anillo. Y recordar esas palabras cada vez que veas el anillo en tu dedo.

El rey tomó el anillo y leyó en voz alta: Debes saber que ESTO también pasará.

Cuando termine el cuento ella sonrió con esa sonrisa que ponemos cuando sabemos que lo hemos entendido todo y que el universo y tú por fin os habéis puesto de acuerdo,
Cuando me estaban atendiendo en la mesa, sentí una mano en el hombro era la señora que un poco roja de vergüenza me susurro al oído.- Gracias, tienes mucha fuerza, me alegro de haberte conocido-.
Quizás sea egoísta confesar que me sentí grande buena y orgullosa por haberla podido ayudar y que gracias a esa sonrisa a mi me nació una de varios días y otra mas cuando me acuerdo de la suya… continuara

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